sábado, 30 de marzo de 2013

Los Sonetos de Robert Juan-Cantavella por M. Cinta Montagut



Un comentario cinegético, que no de cetrería, en torno a unos sonetos escurridizos.

Robert Juan Cantavella en un tiempo no muy lejano fue coeditor de esta revista y hoy  le dedicamos un comentario a su última y sorprendente obra titulada  Los sonetos.


Este autor, que hasta ahora ha publicado distintas obras de narrativa  como las novelas Otro (2001), El Dorado (2008), Asesino cósmico (2011) y el libro de relatos Proust Fiction (2005) , emprende con el libro que comentamos una nueva aventura literaria que es poesía y no lo es, que tampoco se trata de poemas en prosa y que se titula de forma humorística  Los sonetos. Digo humorística porque lo que Cantavella hace en estos textos inclasificables es algo a lo que nos tiene acostumbrados en sus obras, a saber, juega con el lenguaje, distorsiona la sintaxis, subvierte la lógica de las frases y crea un artificio que mediante una serie de recursos como la ironía o la parodia consigue transmitir una especie de crítica a la tradición y a la repetición de modelos que esclerotizan la obra literaria y la retrotraen a épocas  que poco o nada influyen en el hoy, en el escritor que hoy se enfrenta con la necesidad , el placer o el gusto por la palabra más que por una forma predeterminada.

En Los sonetos nos encontramos con lo que su autor llama un poema en nueve partes formado por textos  escritos  entre 2004 y 2006 mientras estaba dando forma a una de sus novelas. El mismo confiesa en alguna de las entrevistas que se le hacen a la salida del libro que al principio no sabía hacia dónde iba, cuál era la finalidad de lo que escribía y que lo hacía libremente sin las ataduras que proporcionan las novelas a sus autores.

Para leer este libro hay que ser experto cazador de sentidos y saber matar dragones, sobre todo a los dragones que pueden, en su caso, haber secuestrado a una dama o no, no importa mucho este punto. Para Casavella el soneto es una animal del que hay que conocer las costumbres, sabemos que no vuela por lo que la cetrería queda descartada y también la descartamos porque parece que tiene un tamaño imposible de cazar con un halcón. Se suben a los cocoteros, se intentan librar de los parásitos frotándose contra el suelo con su espalda y bajan a beber a los lagos, presumiblemente de noche. No se les tiene que tener miedo aunque, eso sí, hay que estudiar convenientemente cómo cazarlos.

Leer este libro es una experiencia desconcertante si partimos de cualquiera de los a priori literarios pero una experiencia fascinante si nos dejamos llevar por  la simbología oculta y por el placer de la palabra misma. 


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