lunes, 1 de octubre de 2012

1 de octubre: inicio de la ciudadanía romana de Antonio Portela


1 de octubre de 2004
Academia de España

La Academia de España forma parte del terreno español de Roma. Está situada en el Gianicolo, por eso tiene las mejores vistas de la ciudad. Es un edificio adjunto a San Pietro in Montorio y a la Embajada de España. Es curioso que esté emplazado en un lugar decisivo para Italia como estado moderno. Aquí Garibaldi luchó por su país posando como en una postal, con lo mejor de Roma detrás de él. Si he de morir en la batalla, quiero que sea frente al objetivo futuro de las tiendas de recuerdos. 

A la Academia, que era antiguamente un convento franciscano, no le faltan pasillos. Están decorados con cuadros y esculturas (con mayor o menor acierto artístico) de becarios anteriores. Arquitectónicamente es un laberinto propicio para una novela de asesinato, pero quienes encajarían mejor en este género son algunos de sus moradores. No me refiero a los becarios solamente. 

Mi habitación está bien, teniendo en cuenta que me separa de mi vecino, Daniel Crespo, el fondo del armario, y no hablo de ropa sino de madera. La planta en donde duermo está destinada a escritores y a investigadores. Yo creía que todos los estudios eran iguales. Pero los de los artistas son inmensos, con vistas a Roma y baño incluido. Cosas de no ser un artista. Al menos ten-go un balcón compartido con otros cuatro estudios, por donde pueden venir si desean sus habitantes. Antonio ha decidido que abandone la academia… El balcón, por cierto, da a unos jardines cuidados con verdadera devoción desde las…, siete de la mañana, la hora en que el jardinero pasa el cortacésped. Por estos jardines paseé la noche en que llegué. 

Ayer conocí a Emilio Gañán, y me enseñó su estudio. Está en la llamada torre de los pintores. Ve toda Roma desde unos ventanales inmensos, y la luz de la ciudad entra en la estancia tomando cada rincón y cada milímetro. Luego le enseñé la mía. Disgusto. Por mi parte, claro.


La biblioteca ha sido arrasada continuamente por los becarios, pero entre sus escasos tesoros se halla la Espasa, esa enciclopedia de pura literatura que dejaba a la Britannica como manual de primaria. Por encima de ella, se ha situado la sala de ordenadores. Tres para todos. He observado que si uno no se previene sobre este sitio, puede devorarle. Las horas en la Academia tienden a dejarte sin fuerza, te cierran la perspectiva de que debajo de ella está la ciudad más hermosa del mundo, y te conducen a una espiral de minidepresiones que hacen que no te muevas en una semana de sus pasillos. Y eso sólo cuando te das cuenta. 

Ya he realizado la salutatio al Director de la Academia, Juan Carlos Elorza. Me comenta que soy el más joven de todos. Me llevó ayer en su coche a Piazza Navona, y me estremecí. Un detalle me emocionó el primer día. Junto al teléfono del estudio han dejado una lista fotocopiada de todos los becarios y sus habitaciones. Han puesto a cada uno su especialidad. Me designan como poeta, y no como escritor. Se percibe que en la Academia se cuidan estos detalles, que sirven para que uno pueda sentirse más a gusto, reconocido con exactitud. Afortunadamente, no se respetan las categorías sociales tradicionales. La delicadeza de nombrarme como poeta y no como escritor me alegra. Me afirma, en cierto modo, en mi condición verdadera. No puedo ser escritor, por más que lo intente. Un escritor vive para escribir, y un poeta vive para vivir. Y he venido para eso. Para vivir como un griego en Roma.

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